La vida es un paquete de galletas de animalitos (no, no es un plagio a La vida es una caja de bombones), es cuestión de mirar la mía y darse cuenta; yo solía ser miserable, yo solía estar enamorada con ese tipo de amor que se confunde con obseción (Pero no lo era, ¿eh?), yo solía llorar noches enteras, yo solía ver el mundo como un sueño en el que yo no podía participar, yo solía escribir de lo patética que me sentía y así aliviarme un poquito.
Hoy no, hoy escribo (mejor dicho, yo no escribo) porque me siento alegre, porque tengo a quien amar, porque mi amor dejó de ser utópico, porque ahora siento que desperdicie dos años de mi vida pensando en quien no debía.
Desperdicié dos años de mi vida y eso me amargó... después de todo no todas las galletas son dulces, y no es mi intención presumir, pero en este momento siento que esa sensación amarga se ha ido gracias a la dulzura de otras nuevas, a la dulzura de quien quizás no merezco y agradezco esa dulzura hasta ya no poder más, aún sabiendo que habrán más sensaciones amargas, estaré saltando, rodando, bailando y girando de felicidad mientras me dure.
Podría decirse que casi supero aquél tema que me perturbó por tanto tiempo, podría decirse que ya lo superé si es que no me tomara la molestia de seguir recordándolo en esta entrada, pero al fin y al cabo, la vida es un paquete de galletas de animalitos (O de dinosaurios), y ya puedo decir antes de que se me acaben, que me tocó al fin la que necesitaba probar... y vivir.